24 oct 2009

Crítica a al Disco LOBA realizado por Terra Chile


Terra Chile realizó una excelente critica al nuevo album de Shakira "Loba".

A estas alturas, levantar un paralelo entre Madonna y Shakira resulta un ejercicio obvio y trillado. Pero no hay manera más simple de enfrentar el nuevo trabajo de la colombiana que mirando el ejemplo de la chica material: “She wolf” no es el disco de un artista; es el compendio de una empresaria pop. “She wolf” no tiene ideas musicales vívidas; tiene tendencias más o menos predecibles sintetizadas por productores que arman melodías con partituras en una mano y la planilla Excel en la otra. Y “She wolf” no es una obra musical; es una manifiesto casi publicitario que busca seguir agigantando la imagen de Shakira. Casi el soundtrack de una campaña comercial.


Alto: no hay nada de malo en todo eso. Es la lógica de la industria en su máxima y honesta expresión. Incluso hay cosas para aplaudir: llegar a esa cima comercial, rasguñar ese nivel de poderío corporativo, permite alcanzar niveles de producción generosos y casi perfectos para el estándar pop. De hecho, este es el álbum de mejor sonido en la trayectoria de Shakira. El más limpio, donde el trabajo de ingeniería de estudio se palpa con precisión milimétrica.


Aunque a momentos sabe sobrecargado, aquí late la misma sensación de mirar por unos minutos una calle neoyorquina, un restaurante étnico para turistas: esa momentánea e ilusoria sensación de estar frente a un puzzle multicultural, frente un momento global y transnacional. Su voz también suena más versátil, mejorada por los años y las perillas.


Gran parte del mérito se lo llevan los productores contactados para “She wolf”. Una corte de ilustres que conforman lo más granado y cotizado de la actualidad: Pharrell Williams, The Neptunes y John Hill. Todos créditos asociados al R&B, el hip hop y el sonido dance: los tres vértices esenciales de este álbum. Pero todo bajo el sello Shakira: “Did it again” tiene toques de batucada en maridaje con sintetizadores; “Gypsy” cruza música gitana con elementos hindúes, para calzar ese disfraz exótico que tanto le gusta a la colombiana; y “Mon amour” luce carne de single, con un toque eléctrico que equilibra el tono bailable del trabajo y una melodía agradable para no espantar a los viejos fans. Hasta Jorge Drexler aparece como colaborador en tres temas, para no olvidar de que se trata de una estrella latina, de una nativa de Barranquilla, aunque casi todo el trabajo está cantando en inglés.


Es Shakira, una cría del posmodernismo y la globalización, en todo su esplendor. Es su triunfo: con trabajo, olfato, delicadeza (y también recursos, claro) demuestra que se puede hacer un producto pop sin caer en excesos, en forzadas aventuras que desembocan en el ridículo artístico. Porque pedirle a Shakira gestos de naturalidad, de retorno a sus días de pelo moreno y pies descalzos, a estas alturas, es tan ingenuo como pedirle a Maradona un poco de moderación en su descarga de exabruptos. Los antiguos fans no estarán de acuerdo: de seguro extrañan a la colombiana que alguna vez se confesó ciega sordomuda y que se alzó como una fábrica de hits efectivos, pero siempre cantados en español.
Pero hace rato que Shakira es una estrella sin retorno. Y hace rato que el mundo sabe que está en otra vereda y que los alérgicos a la metamorfosis son otros: Luis Miguel y su conservadurismo; Arjona y su facha de sabio de taberna; y claro, Juanes, su coterráneo, su contraparte en la batalla colombiana por el control del pop planetario. Curioso: tres semanas antes que Shakira lanzará este álbum, Juanes daba un concierto en Cuba y una cámara intrusa lo mostraba llorando ante una aventura casi abortada por organismos de inteligencia, por otros que no deseaban su llamado a la paz en plena plaza de la revolución. Por esos mismos días, Shakira daba entrevistas desde las Bahamas, viajaba a España para hablar de su disco y le prometía al mundo que pronto sería madre. Dos formas de entender el negocio. Shakira hace rato tiene clara cuál es la suya. Y en eso, no hay cómo rebatirla.

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